martes, 11 de marzo de 2014

Una visita al Taller de las Emociones de Paco Roncero


Llevaba tiempo admirando el trabajo del chef Paco Roncero. De hecho, creo que fue uno de los primeros nombre de chef que aprendí, por detrás de Arguiñano o Ferrán Adriá. Y es que a diferencia de otros chefs, que aparentan cierta lejanía, Paco se mostraba algo más accesible para mí, no solo por el hecho de vivir en la misma ciudad, sino porque los precios de sus platos en la terraza del Casino de Madrid eran adecuados para que un trabajador medio como yo pudiese darse un capricho (solo uno) y disfrutar de la calidad y la creatividad que le caracterizan.

Cuando me enteré de que iba a tener la oportunidad de visitar el codiciado Taller de las Emociones de Paco Roncero, no me lo pensé dos veces: iba a conocer de primera mano a uno de los más grandes chefs españoles y comprobar cómo funciona esta experiencia tan sensorial. No me lo podía perder.

Llegué a la puerta de atrás del antiguo Casino de Madrid con una mezcla de interés y curiosidad, pero sobre todo nervios, muchos nervios. Una vez dentro, zigzagueamos por un pasillo que parecía eterno y subimos varios tramos de escaleras, hasta que por fin dejamos atrás el laberíntico hall para llegar a la puerta del taller. Me sorprendió la luz y la estética del lugar, a caballo entre una clínica dental y una discoteca, y la multitud de lámparas que brotaban del techo como estalactitas.

Una vez dentro, Paco Roncero nos recibe y nos explica dónde estamos. Rodeados de sensores de más de 10.000 bits de señales, avanzados materiales cerámicos, tecnología de alta precisión e ingeniería similar a la utilizada en la industria del cine, escuchamos atentamente a Paco. Nos presenta con gran ilusión su proyecto para dejarnos en manos de Javier Alonso, su segundo al mando, que nos explica en profundidad el funcionamiento del Taller.


El centro de la sala lo ocupa una mesa inteligente de más de seis metros de largo que permite la proyección de imágenes en su superficie, creando diferentes escenas que simulan paisajes o momentos acordes con lo que se está comiendo. Todo ello se complementa con la generación de atmósferas cromáticas, con el control de la temperatura y humedad relativas, aromatizando el ambiente y ofreciendo experiencias acústicas únicas para el afortunado comensal. Los platos, también tematizados como la paella de aceite de oliva, armonizan con la atmósfera creada por medio de las luces, los aromas y la música para convertirse en un todo que integra los 5 sentidos. 


No he tenido oportunidad de comprobar la creatividad de los platos, ni tampoco su sabor, puesto que únicamente se nos mostró el funcionamiento del entramado electrónico. Aunque no dudo en absoluto de la calidad de los productos o del trabajo realizado, pienso que el precio (1.000€ pax) es desorbitado. No puedo evitar pensar que se trata más de un artificio que intenta enmascarar la comida que una representación de emociones. Si la comida es buena, no necesito aromas artificiales que disfracen el verdadero aroma del plato, ni luces que oculten su verdadero aspecto. Una cosa es un complemento y otra el exceso. La comida, es comida.

Pocos serán los comensales que puedan disfrutar de este juego de luces sobre su comida, ya que no está al alcance de muchos bolsillos y las sesiones, muy exclusivas y limitadas, no se hacen todos los días ni todas las semanas.

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